Texto: José Sánchez Fernández / Fotografía: Lucía Suárez
De la leña al carbón.-
Tiempos atrás la cal era uno de los elementos imprescindibles de aquella sociedad. La cal se utilizaba, entre otras aplicaciones, para hacer argamasa o mezcla para construir las tradicionales casas de piedra de nuestros pueblos. También se utilizaba para neutralizar los suelos ácidos con el calcio que la cal aportaba. Los troncos de viñas y olivos se encalaban para desinfectarlos, al igual que los establos del ganado. Y por supuesto, ¿en qué casa no había una tinaja con cal para encalar las paredes de nuestras casas y cortijos?
Horno de cal o calera de leña.-
Consiste en una excavación en forma de hoyo, realizada sobre un talud natural del terreno con paredes de ladrillo o adobes; de un diámetro de 2 metros aproximadamente y una profundidad de 3 metros. En el primer metro inferior había un pequeño “vaserete” a partir del cual se iniciaba una bóveda de piedra caliza, que era la encargada de sujetar toda la carga pétrea del horno. En dicha bóveda se dejaban unos pequeños orificios para que las llamas de la leña penetraran mejor a través de ellos y calcinasen mejor la carga. En lo alto de la calera se solía colocar algo de leña (chasca), sobre la cual se vertía una capa de barro de unos 10 centímetros para conservar mejor la temperatura.
Una vez cargado de piedra el horno, se preparaban unos 600 haces de leña (20 o 24 carros) que se aproximaban a la parte inferior de la calera para su calcinación. Los haces se iban introduciendo poco a poco con una horca por un pequeño arco que conectaba el exterior de la parte interior de la bóveda.
Para realizar una hornada de cal se necesitaban de 3000 a 4000 Kg de piedra caliza. El tiempo de duración de la quema era de 5 a 6 días, durante los cuales el horno alcanzaba una temperatura de entre 900-1000 ºC, dependiendo del tipo de leña. La sierra de nuestro pueblo fue muy prolífera en caleras, ya que pueden observarse hasta diez asentamientos de este tipo localizados por El Viñón, el Barranco de las Caleras, La Romera, etc.
En los años 50, mi padre Juan Sánchez Español, conocido por “Juanito el Calero”, alternaba el “carboneo” con algunas hornadas de cal que hacía por encargo. Pero pronto, se dio cuenta que el sistema de leña tenía los días contados, ya que el desmonte causado por las labores agrícolas lo iban esquilmando gradualmente. Un día, le comentó a mi padre su amigo Pepe “Jeromo», que en Peñarroya-Pueblonuevo hacían la cal con carbón mineral; no se lo pensó dos veces, se fue a dicha localidad para ver cómo era eso que le habían contado. Y de allí trajo las ideas muy claras.
Calerín.-
En 1952 se comienza a construir el Calerín del Viñón; le ponen ese nombre para diferenciarlo de la calera, ya que aquel pasa a tener otras dimensiones y el combustible es el carbón mineral, en detrimento de la leña. El Calerín está construido sobre una antigua calera, con una altura de llenado de 6 metros y un diámetro de 2,60 metros. En la parte inferior hace como un pequeño embudo, donde 4 o 5 raíles de vagoneta sujetaban las primeras piedras colocadas adecuadamente encima de estos, para empezar el ciclo de funcionamiento.
Puesta en funcionamiento.-
Consistía en que encima de las primeras piedras que habíamos puesto sobre los raíles, se echaban unos cuantos haces de leña bien distribuida, y a continuación se vertían sobre la leña 300 o 400 kg de carbón (que equivalían a 8 o 10 esportones, dependiendo de la calidad del carbón) y de 3 a 4 volquetes de piedra caliza (1200-1500 kg). Siempre la leña y el carbón debían estar bien distribuidos. A cada capa de carbón y piedra le llamábamos “una tanda”.
Y así, tanda sobre tanda, se llenaba hasta la mitad del horno aproximadamente. Entonces era el momento de acceder por la pequeña galería en forma de rampa, que da acceso al fondo del calerín, donde estaban los raíles con las piedras entrelazadas, y con una aulaga en llamas se prendía fuego a la leña. Esta a su vez encendía el carbón y así, iba el fuego ascendiendo paulatinamente hacia arriba. Transcurrido un día y estando ya seguros que el carbón había prendido bien y estando el horno con fuerza, era el momento de seguir echando tandas hasta terminar el llenado del calerín; un total de unas 18 tandas. El motivo por el que se llenaba solo la mitad del calerín en el momento del encendido, era conseguir una buena combustión del carbón al haber una mayor capacidad de aire (respiración).
Pasados 5 o 6 días, el fuego aparece por arriba y por los bordes laterales. Por la parte baja del horno con el carbón ya quemado, va dando paso al enfriamiento de la cal y las cenizas. Entonces empieza la extracción de la cal. Con un gancho de hierro haciendo una pequeña “L” en la punta y una adecuada empuñadura, el calero observa y con el gancho tira de las primeras piedras sobrepuestas que se habían colocado. Sacadas las primeras piedras, la cal ya cocida descansa sobre los raíles. Estos están colocados de manera horizontal; el calero tira con el gancho, punta hacia arriba, de los terrones de cal. Estos caen en catarata, provocando que todo el horno recalque causando un gran ruido de fricción y unas grandes llamaradas en la parte superior del horno. La cal y cenizas caen a una pequeña base de recogida debajo de los raíles de 1 metro cuadrado, aproximadamente. El tirado o pinchado tenía que ser rápido porque producía una gran polvareda muy difícil de soportar.
Una vez desaparecida esta, se bajaba a la base de recogida y se recogían los terrones de cal ya cocida, a mano. Se solían extraer unos 30 esportones de cal (1400-1600 kg) y unos 6-8 carretillas de mano de ceniza de carbón, que se sacaban entre 4 y 6 “pinchadas”. El motivo por el que se cogían los terrones de cal a mano, era porque la experiencia nos hacía detectar si la cal tenía hueso, debido a la diferencia de peso con los terrones de cal bien cocidos. Que un terrón tuviera hueso significaba que su interior no se había terminado de cocer, y por ello era separado inmediatamente.
Terminada la tarea de extracción de la cal, que era normalmente cuando los terrones de cal salían incandescentes junto con el carbón, era el momento de subir a la boca del horno para echar nuevas tandas. Esta tarea consistía en reponer por arriba del horno, con piedra caliza y carbón, el hueco que había dejado la extracción de los terrones de cal y carbón.
Por la parte superior del horno, que al haber sido movido por las extracciones anteriores recientes estaba muy fuerte, solía aparecer un anillo incandescente. En este punto el calero debía tener sumo cuidado, ya que si el horno no había recalcado en las mismas proporciones que en lo extraído por abajo, significaba que se había hecho un bloque fundido pegado a las paredes del horno por las fuerte temperaturas que se habían alcanzado (1300-1400 ºC). Esta peligrosa situación ocurría cuando se cambiaba de tipo de carbón, y al ser de mayor calidad de lo que se había previsto, fundía la piedra caliza. A esta situación le llamábamos una “bóveda” que podía ser parcial o total. La bóveda total era muy difícil y peligrosa de despegar; se hacía golpeando con un hierro todo el perímetro superior del horno, realizando pequeños cráteres hasta que se desprendía el material fundido de las paredes. Cuando la bóveda era parcial se podía observar a través de la parte recalcada una burbuja de fuego que salía del centro del horno, con unos colores tan vivos que nunca se olvidan. Afortunadamente las bóvedas no eran muy frecuentes.
El trabajo del calero, duro donde los haya, no era solo hacer la cal; había que bajar a la cantera y hacer con la maza y barrena los agujeros para colocar el barreno de dinamita que rompía las lastras o peñones de piedra caliza de la pedrera. Una vez efectuada la “pega” (explosión), quedaban piedras de diversos tamaños que se despedazaban con maza o almaena (herramienta superior en peso a la maza), para conseguir piezas de tamaño uniforme sin olvidar la palanca y la piocha para poder mover las piedras de más peso. Durante los inviernos, que eran muy duros, había que arreglar los caminos, que los carros con sus ruedas de hierro desbarataban, para que pudieran pasar aquellos viejos camiones con sus cajas de madera. Recuerdo aquel GMC, matrícula M-51918 de Pozoblanco y aquel STEYR de Murillo Leal y el EBRO de José Urbano Sepúlveda, estos dos últimos de Villanueva del Duque.
La cal del Viñón gozaba de un gran prestigio entre los albañiles de la época, por su viscosidad que daba a la mezcla y por su dureza. Esta se vendía en casi todos los pueblos de a comarca, a almacenes de construcción y a particulares. La cal del Viñón se utilizó en la construcción del ayuntamiento y el colegio Maestro Rogelio Fernández de Villanueva del Duque, la iglesia de San Andrés de Alcaracejos, el mercado de Abastos de Pozoblanco, los cuarteles de la Guardia Civil de El Viso y Dos Torres, etc.
El Calerín del Viñón deja de funcionar sobre el año 1969 por la fuerte incursión del cemento en la construcción, debido a su menor coste y al encarecimiento del carbón.
Comentarios recientes